Tributo a Jorge Luis Borges, grande entre los grandes.
Ayasha y las ruinas circulares
Yo tuve el color del fuego y ahora tengo el color de la ceniza, por eso, no por la flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad, quería soñar una mujer con integridad minuciosa e imponerla a la realidad. Después de explorar la selva hasta la extenuación, busqué en la muralla dilapidada un nicho sepulcral, me tapé con hojas desconocidas y consagré mi cuerpo durante mucho tiempo a la única tarea de dormir y soñar. La soñé calurosa, serena, con minucioso amor la soñé durante catorce largas noches y cada noche la percibía con mayor evidencia, soñé una mujer íntegra y soñar su pelo innumerable fue tal vez el cometido más difícil. Durante esa tarea mis días eran felices, al cerrar los ojos pensaba. “Ahora estaré con ella” o “la mujer que he engendrado me espera y no existirá si no voy”. Hoy la he visto, creo que la he tocado levemente. Al dejarla marchar la calle se ha incendiado delante de mí, he caminado contra los jirones de fuego, estos no mordieron mi carne sino que me acariciaron y me inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio y estupor, con humildad comprendí que era yo la apariencia, que era ella quien me estaba soñando a mí.
Y a continuación, naturalmente, la declaración de amor:
Cada pregunta que te hago me aleja vertiginosamente de la respuesta
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